domingo, 17 de marzo de 2013

Relato sobre un cuadro






Édouard Manet  fue un pintor francés reconocido por la influencia que ejerció sobre los iniciadores del impresionismo. Este cuadro se llama Argenteuil 


LA CRUDA REALIDAD

Miro hacia el sol, por su posición debe ser ya el mediodía. Estoy agotado de tanto trabajo y no pruebo alimento desde la tarde anterior. Mi viaje duró un mes. Un mes entero en los revueltos océanos de medio mundo. Ardo en deseos de pisar tierra firme. En cuanto termine de descargar todo del barco me puedo  ir a una taberna y comer huevos revueltos con tocino, pan del día y una jarra de vino tinto. Pensar en comida hace que mi estómago cruja de hambre haciendo que me retuerza un poco. Mis cejas ya no son suficientes para parar el sudor que cae de mi cabeza, estoy descargando cajas desde hace aproximadamente diez  horas y  todo a pleno sol. Me duelen tanto las manos y la espalda que creo que no podría levantar ni una caja más, pero todo sea por el maldito sustento. El señorito que debía acompañarme para escoger él mismo las sedas no lo hizo, prefirió irse de vacaciones y dejarme todo el trabajo a mí. Espero una buena recompensa. René, que es como se llama mi jefe no confía en ningún otro trabajador y por eso debo hacer yo todas las labores que él me manda. Sigo trabajando en esto porque me sirve el dinero, sé que es una miseria pero es algo seguro, trabajo una vez cada dos meses y con eso debo pagar todos mis gastos. Me limpio la frente con un trapo que encuentro en el suelo del barco. Estoy muy cansado pero ya me quedan menos cajas. Me siento un minuto a beber agua y la veo. Es un ser casi celestial. Entrecierro los ojos para poder observar más los detalles de su fisonomía: es rubia, rosácea, algo redonda y simplemente hermosa. Va acompañada de una criada que lleva una sombrilla para que el sol no roce su piel. Pasa a mi lado y no me mira, es normal porque estoy hecho un asco: sucio y sudado. Continúo mirándola pero no se detiene en la danza que dan sus pasos firmes hacia la perfumería. Obviamente es una joven de alta sociedad. Continúo en mi labor pero no me la puedo sacar de la cabeza. ¿Cómo será su nombre? ¿estará prometida? Mil y una preguntas invaden mis pensamientos. Al fin termino mi trabajo y abandono el barco. No lo veré en dos meses.
Los días pasaron y la señorita insistía en permanecer en mi mente. Recorrí medio París en su búsqueda… Pero no la encontré. Finalmente me di por vencido, pero muchas veces eso es lo que necesitas, darte por vencido para volver a intentarlo. Sentado en la taberna al mirar por la ventana fui bendecido con su presencia, pero esta vez decidí seguirla. Me escondí entre las sombras y llegué tras ella a su destino. Era una casona impresionante. Cuando la vi me di cuenta de que era de alta sociedad pero nunca pensé que podría ser la hija de Pierre Benoit, el mayor banquero de París.
Mi cabeza da vueltas. ¿Cómo alguien como ella va a salir conmigo? ¿qué puedo hacer? Desesperar y pensar en negativo.  Voy a la habitación del hostal y me emborracho hasta dormirme ahogado entre  lágrimas.                                                                          Amanece en mi ventana y repentinamente evocó un recuerdo que hace unos años conocí a alguien que podría hacerme unos favores. Marie, mi señorita, se enamoraría de mi si yo tuviera la  apariencia de un comerciante rico.
Pego un salto y me dirijo hacia el callejón de detrás de la confitería ¿quién diría que detrás de un lugar de cosas tan ricas se escondía un verdadero infierno? Seguramente nadie, pero así era. Prostitutas, truhanes, mendigos, traficantes de opio… Lo peor de lo peor se encontraba allí  pero yo solamente iba a ver a dos personas: los hermanos Paulier. Los veo a lo lejos, las prostitutas no me dejan caminar ofreciéndome sus servicios pero me las quito de encima y llego.
-          ¿Jean y Franco Paulier?
-          ¿Quién lo pregunta?
-          Soy yo, Jacques Lemon.
-          ¿Jacques? No me suenas de nada. ¿A ti te suena?
Franco se me acercó y me miró de arriba abajo. Su aliento era desagradable y sus pintas aún peores.
-          Sí, es ese chico  que presentamos a René.
-          ¿Tan mayor te has hecho?
-          Bueno, ya tengo 22 años.
-          ¿Qué podemos hacer por ti Jacques?
-          Quiero un traje, bombones, flores y un carruaje.
-          Emmm… Pensé que pedirías otras cosas.
-          ¿De cuánto dinero estaríamos hablando?
-          Esas cosas no son baratas.
-          ¡Da igual! Las necesito ya.
-          Entendido, pásate por aquí mismo en dos horas.
Salí corriendo de aquel inmundo callejón.  Mi corazón saltaba de alegría: al fin tendría la oportunidad de cortejar a Marie como es debido. El tiempo hasta el encuentro no pasaba más y yo iba haciendo surcos por las calles. Al final comí y volví al callejón. Decidí esperar ahí la media hora que faltaba. Me volví loco pero llegaron los dos viejos gordos tirando del carruaje.
-          Aquí tienes lo que necesitas. En cuanto al dinero van a ser 200 monedas.
-          ¿¡200!?
-          Dijiste que el dinero no importaba ¿no?
-          Ahora puedo darte 25 y mañana lo demás.
Le veía la cara a Jean, me miró con desprecio pero luego aceptó. Subí al carruaje y lo paré una calle antes de llegar a la casa. Abrí la bolsa y vi el traje. Eso no era un traje sino que era un pantalón color crema, una camisa a rayas rojas y blancas, un sobrero de paja con un moño rojo y unas zapatillas haciendo juego. Ya no tengo más remedio, me visto y toco el timbre. Me atiende una sirvienta y pido para ver al señor Benoit. Subo las escaleras hasta su despacho temblando. No había pensado en qué decir pero ya no tengo tiempo de dar marcha atrás.
-          ¿Sí?
-          Es señor Jacques Lemon ha insistido en verlo.
-          Que pase… ¿¡Qué remedio!?
Respiro profundo y entro. Después de escuchar ese “¿¡Qué remedio!?” estoy más nervioso.
-          Disculpe señor, usted no me conoce pero conozco a su hija y me gustaría pedirle que diera un paseo conmigo.
-          ¿Perdone?
-          Solo un paseo.
El señor Benoit como era de esperar me acribilla a preguntas sobre mi procedencia, mi trabajo, mi posición social, y mis intenciones con su hija. Por suerte ni la lengua ni la mente se me trabaron y puedo responder con gran habilidad a todas sus preguntas. Mis respuestas agradan al señor y pensando en mi más como un futuro cliente de su banco que como un futuro yerno accede.
-          ¿Le ha preguntado a ella?
-          No, ¿puedo hacerlo?
-          Salga con ella.
-          ¿De verdad?
-          Sí, un placer haberlo conocido.
Por fin me acerco a ella, le hablo, acepta y nos vamos a dar un paseo. Fue demasiado fácil. Nos sentamos en el puerto sobre un banco. Ella estaba espléndida con un vestido a rayas azules, naranjas y blancas, un sombrero marrón con un pañuelo blanco, un collar negro con un lazo y la sonrisa más blanca y bonita que jamás había visto.
-          ¿Cómo se llama?
-          Tutéame por favor, mi nombre es Jacques.
-          Jacques ¿por qué ha pedido salir conmigo?
-          Te vi y me gustaste.
-          Usted llama amor a algo que simplemente es un deseo por mi belleza.
-          Tome estas flores por favor. Yo no creo que mi amor sea un simple deseo, yo la quiero.
-          No puede decir eso porque no me conoce.
-          ¿Qué he de saber de ti?
-          Estoy segura de que únicamente se ha acercado a mi por dinero y por mi belleza.
-          No sabes lo que me ha costado llegar hasta aquí, hasta este momento en el que estamos ahora, sentados en este banco, con la brisa sobre nuestras caras, hablando de nosotros ¿le abro la sombrilla?
-          Señor, no sé de dónde ha salido pero no me interesa. En unos meses voy a casarme con Jean Paul Gautierre, un diseñador de moda muy rico.
-          Yo también tengo mucho dinero, podría pagarte todo lo que quisieras y solo te pido que me quieras.
-          ¿¡Por qué me quieres a mi!? Si tienes tanto dinero como dices deberías poder conseguir a cualquier otra señorita.
-          ¿No crees en el amor a primera vista?
-          No, esas son tonterías. Ni siquiera sé por qué mi padre me dejó salir contigo, no eres más que el sirviente de René Deleau.
¿Cómo lo sabe? Quiero escapar pero no puedo. Ahora me siento mal por haberle mentido pero peor porque sabe realmente quién soy.
-          Te he visto varias veces en el puerto, pero entiéndelo jamás me interesaría estar con alguien como tú, no eres más que el simple esclavo de René.
-          He removido cielo y tierra para encontrarte y ahora no haces más que herirme. Creí que podías llegar a ser mi esposa.
-          Te pido que me lleves a casa, no quiero seguir hablando.
-          No puedes hacerme esto, ¿no sabes acaso que yo te quiero?
-          No empecemos de nuevo te lo ruego, llévame a casa.
-          Lo haré, pero antes contéstame algo: ¿por qué aceptaste venir conmigo si sabías mi verdadera identidad?
-          Fue simplemente porque pensé en tu triste vida y me dio pena, no tienes ni para comer y te gastas el dinero en flores y bombones.
-          Eres malvada.
Mientras digo esto se esfuma mi esperanza en el amor, la llevo a casa y vuelvo a mi habitación. Al día siguiente me despierto y lo primero que recuerdo es mi deuda de 150 monedas. No sé qué hacer, una vez más me encuentro desesperado por culpa de una idiotez pasada. Entro en el banco de su padre pero mi intención no es pedirle la mano de su hija sino que voy a robarlo. Nunca antes robé nada y como no estoy preparado, comienzo recordar cómo llegué hasta la situación en la que me encuentro mientras me desangro por un agujero de bala que acaba de darme el guarda del banco. 

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