domingo, 12 de mayo de 2013

CARTA AL DIRECTOR






CAZA AL HOMOSEXUAL

Estos días, en Francia, se está llevando a cabo una decisión fundamental para muchos franceses: el sí o el no al matrimonio homosexual.
El fin de semana las personas contrarias a que se acepte el matrimonio entre personas del mismo sexo, se han reunido para manifestarse. Entre los pretextos que  exponen para que esa ley no sea aceptada hay mucha variedad: desde que en la Biblia se habla de la sola unión entre hombre y mujer, hasta que ser homosexual es una perversión que hundirá a la humanidad.
Los gobernantes se encuentran entre la espada y la pared porque si contentan a una parte de la población apoyando esta ley, pierden los votos de la otra parte conservadora que se niega a aceptar un “amor diferente”. Por otro lado el colectivo homosexual también se manifestó pidiendo los mismos derechos que los heterosexuales.
La homosexualidad es tan antigua como la misma civilización y ese colectivo solo está reivindicando algo que para los heterosexuales es normal: el poder manifestar su amor en público y que su amor no sea algo ilegal.
De todos modos la prohibición del matrimonio igualitario no sería uno de los aspectos más inquietantes si lo comparamos con la situación de este colectivo, ya que en más de quince países, el simple hecho de ser homosexual los lleva a la tumba.


Ese es el caso de Uganda dónde se está llevando a cabo una CAZA A LOS HOMOSEXUALES. Hace poco se promulgó la “Ley mata gays” que expresa exactamente lo que su nombre indica: si se es homosexual os si se tiene la sospecha de que alguien pueda serlo, se les mata.
Obviamente y a pesar de tanta tecnología y “mejora de vida”, en el aspecto humano. La sociedad ha sufrido una gran involución.    

domingo, 17 de marzo de 2013

Relato sobre un cuadro






Édouard Manet  fue un pintor francés reconocido por la influencia que ejerció sobre los iniciadores del impresionismo. Este cuadro se llama Argenteuil 


LA CRUDA REALIDAD

Miro hacia el sol, por su posición debe ser ya el mediodía. Estoy agotado de tanto trabajo y no pruebo alimento desde la tarde anterior. Mi viaje duró un mes. Un mes entero en los revueltos océanos de medio mundo. Ardo en deseos de pisar tierra firme. En cuanto termine de descargar todo del barco me puedo  ir a una taberna y comer huevos revueltos con tocino, pan del día y una jarra de vino tinto. Pensar en comida hace que mi estómago cruja de hambre haciendo que me retuerza un poco. Mis cejas ya no son suficientes para parar el sudor que cae de mi cabeza, estoy descargando cajas desde hace aproximadamente diez  horas y  todo a pleno sol. Me duelen tanto las manos y la espalda que creo que no podría levantar ni una caja más, pero todo sea por el maldito sustento. El señorito que debía acompañarme para escoger él mismo las sedas no lo hizo, prefirió irse de vacaciones y dejarme todo el trabajo a mí. Espero una buena recompensa. René, que es como se llama mi jefe no confía en ningún otro trabajador y por eso debo hacer yo todas las labores que él me manda. Sigo trabajando en esto porque me sirve el dinero, sé que es una miseria pero es algo seguro, trabajo una vez cada dos meses y con eso debo pagar todos mis gastos. Me limpio la frente con un trapo que encuentro en el suelo del barco. Estoy muy cansado pero ya me quedan menos cajas. Me siento un minuto a beber agua y la veo. Es un ser casi celestial. Entrecierro los ojos para poder observar más los detalles de su fisonomía: es rubia, rosácea, algo redonda y simplemente hermosa. Va acompañada de una criada que lleva una sombrilla para que el sol no roce su piel. Pasa a mi lado y no me mira, es normal porque estoy hecho un asco: sucio y sudado. Continúo mirándola pero no se detiene en la danza que dan sus pasos firmes hacia la perfumería. Obviamente es una joven de alta sociedad. Continúo en mi labor pero no me la puedo sacar de la cabeza. ¿Cómo será su nombre? ¿estará prometida? Mil y una preguntas invaden mis pensamientos. Al fin termino mi trabajo y abandono el barco. No lo veré en dos meses.
Los días pasaron y la señorita insistía en permanecer en mi mente. Recorrí medio París en su búsqueda… Pero no la encontré. Finalmente me di por vencido, pero muchas veces eso es lo que necesitas, darte por vencido para volver a intentarlo. Sentado en la taberna al mirar por la ventana fui bendecido con su presencia, pero esta vez decidí seguirla. Me escondí entre las sombras y llegué tras ella a su destino. Era una casona impresionante. Cuando la vi me di cuenta de que era de alta sociedad pero nunca pensé que podría ser la hija de Pierre Benoit, el mayor banquero de París.
Mi cabeza da vueltas. ¿Cómo alguien como ella va a salir conmigo? ¿qué puedo hacer? Desesperar y pensar en negativo.  Voy a la habitación del hostal y me emborracho hasta dormirme ahogado entre  lágrimas.                                                                          Amanece en mi ventana y repentinamente evocó un recuerdo que hace unos años conocí a alguien que podría hacerme unos favores. Marie, mi señorita, se enamoraría de mi si yo tuviera la  apariencia de un comerciante rico.
Pego un salto y me dirijo hacia el callejón de detrás de la confitería ¿quién diría que detrás de un lugar de cosas tan ricas se escondía un verdadero infierno? Seguramente nadie, pero así era. Prostitutas, truhanes, mendigos, traficantes de opio… Lo peor de lo peor se encontraba allí  pero yo solamente iba a ver a dos personas: los hermanos Paulier. Los veo a lo lejos, las prostitutas no me dejan caminar ofreciéndome sus servicios pero me las quito de encima y llego.
-          ¿Jean y Franco Paulier?
-          ¿Quién lo pregunta?
-          Soy yo, Jacques Lemon.
-          ¿Jacques? No me suenas de nada. ¿A ti te suena?
Franco se me acercó y me miró de arriba abajo. Su aliento era desagradable y sus pintas aún peores.
-          Sí, es ese chico  que presentamos a René.
-          ¿Tan mayor te has hecho?
-          Bueno, ya tengo 22 años.
-          ¿Qué podemos hacer por ti Jacques?
-          Quiero un traje, bombones, flores y un carruaje.
-          Emmm… Pensé que pedirías otras cosas.
-          ¿De cuánto dinero estaríamos hablando?
-          Esas cosas no son baratas.
-          ¡Da igual! Las necesito ya.
-          Entendido, pásate por aquí mismo en dos horas.
Salí corriendo de aquel inmundo callejón.  Mi corazón saltaba de alegría: al fin tendría la oportunidad de cortejar a Marie como es debido. El tiempo hasta el encuentro no pasaba más y yo iba haciendo surcos por las calles. Al final comí y volví al callejón. Decidí esperar ahí la media hora que faltaba. Me volví loco pero llegaron los dos viejos gordos tirando del carruaje.
-          Aquí tienes lo que necesitas. En cuanto al dinero van a ser 200 monedas.
-          ¿¡200!?
-          Dijiste que el dinero no importaba ¿no?
-          Ahora puedo darte 25 y mañana lo demás.
Le veía la cara a Jean, me miró con desprecio pero luego aceptó. Subí al carruaje y lo paré una calle antes de llegar a la casa. Abrí la bolsa y vi el traje. Eso no era un traje sino que era un pantalón color crema, una camisa a rayas rojas y blancas, un sobrero de paja con un moño rojo y unas zapatillas haciendo juego. Ya no tengo más remedio, me visto y toco el timbre. Me atiende una sirvienta y pido para ver al señor Benoit. Subo las escaleras hasta su despacho temblando. No había pensado en qué decir pero ya no tengo tiempo de dar marcha atrás.
-          ¿Sí?
-          Es señor Jacques Lemon ha insistido en verlo.
-          Que pase… ¿¡Qué remedio!?
Respiro profundo y entro. Después de escuchar ese “¿¡Qué remedio!?” estoy más nervioso.
-          Disculpe señor, usted no me conoce pero conozco a su hija y me gustaría pedirle que diera un paseo conmigo.
-          ¿Perdone?
-          Solo un paseo.
El señor Benoit como era de esperar me acribilla a preguntas sobre mi procedencia, mi trabajo, mi posición social, y mis intenciones con su hija. Por suerte ni la lengua ni la mente se me trabaron y puedo responder con gran habilidad a todas sus preguntas. Mis respuestas agradan al señor y pensando en mi más como un futuro cliente de su banco que como un futuro yerno accede.
-          ¿Le ha preguntado a ella?
-          No, ¿puedo hacerlo?
-          Salga con ella.
-          ¿De verdad?
-          Sí, un placer haberlo conocido.
Por fin me acerco a ella, le hablo, acepta y nos vamos a dar un paseo. Fue demasiado fácil. Nos sentamos en el puerto sobre un banco. Ella estaba espléndida con un vestido a rayas azules, naranjas y blancas, un sombrero marrón con un pañuelo blanco, un collar negro con un lazo y la sonrisa más blanca y bonita que jamás había visto.
-          ¿Cómo se llama?
-          Tutéame por favor, mi nombre es Jacques.
-          Jacques ¿por qué ha pedido salir conmigo?
-          Te vi y me gustaste.
-          Usted llama amor a algo que simplemente es un deseo por mi belleza.
-          Tome estas flores por favor. Yo no creo que mi amor sea un simple deseo, yo la quiero.
-          No puede decir eso porque no me conoce.
-          ¿Qué he de saber de ti?
-          Estoy segura de que únicamente se ha acercado a mi por dinero y por mi belleza.
-          No sabes lo que me ha costado llegar hasta aquí, hasta este momento en el que estamos ahora, sentados en este banco, con la brisa sobre nuestras caras, hablando de nosotros ¿le abro la sombrilla?
-          Señor, no sé de dónde ha salido pero no me interesa. En unos meses voy a casarme con Jean Paul Gautierre, un diseñador de moda muy rico.
-          Yo también tengo mucho dinero, podría pagarte todo lo que quisieras y solo te pido que me quieras.
-          ¿¡Por qué me quieres a mi!? Si tienes tanto dinero como dices deberías poder conseguir a cualquier otra señorita.
-          ¿No crees en el amor a primera vista?
-          No, esas son tonterías. Ni siquiera sé por qué mi padre me dejó salir contigo, no eres más que el sirviente de René Deleau.
¿Cómo lo sabe? Quiero escapar pero no puedo. Ahora me siento mal por haberle mentido pero peor porque sabe realmente quién soy.
-          Te he visto varias veces en el puerto, pero entiéndelo jamás me interesaría estar con alguien como tú, no eres más que el simple esclavo de René.
-          He removido cielo y tierra para encontrarte y ahora no haces más que herirme. Creí que podías llegar a ser mi esposa.
-          Te pido que me lleves a casa, no quiero seguir hablando.
-          No puedes hacerme esto, ¿no sabes acaso que yo te quiero?
-          No empecemos de nuevo te lo ruego, llévame a casa.
-          Lo haré, pero antes contéstame algo: ¿por qué aceptaste venir conmigo si sabías mi verdadera identidad?
-          Fue simplemente porque pensé en tu triste vida y me dio pena, no tienes ni para comer y te gastas el dinero en flores y bombones.
-          Eres malvada.
Mientras digo esto se esfuma mi esperanza en el amor, la llevo a casa y vuelvo a mi habitación. Al día siguiente me despierto y lo primero que recuerdo es mi deuda de 150 monedas. No sé qué hacer, una vez más me encuentro desesperado por culpa de una idiotez pasada. Entro en el banco de su padre pero mi intención no es pedirle la mano de su hija sino que voy a robarlo. Nunca antes robé nada y como no estoy preparado, comienzo recordar cómo llegué hasta la situación en la que me encuentro mientras me desangro por un agujero de bala que acaba de darme el guarda del banco. 

domingo, 17 de febrero de 2013

Ejercicio 6: Relato de 100 palabras


La muerte como amante.

-           -Véte, déjame en paz –gritó ella- no quiero volver a verte.
-           -Ábreme cariño, juro que no volverá a suceder. ¿Sabes? Me has descontrolado con tus tonterías.
-           -¡Miéntes! No digas eso, estás borracho y no pienso aguantarlo más.
-           -No estoy borracho... Ábreme y lo hablaremos tranquilamente, juro no tocarte ni un pelo más.

La mujer dudó. Pero finalmente abrió la puerta. Se sentó en la cama y lo miró con los ojos llorosos. Él se le acercó lentamente y le puso las manos en el cuello. Se resistió inútilmente. Acto seguido se oyó un crujido bajo sus manos... La había matado.

Ejercicio 5: Comentario de texto







Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter duro de su marido heló sus soñadas niñerías de novia. Ella lo quería mucho, sin embargo, a veces con un ligero estremecimiento cuando volviendo de noche juntos por la calle, echaba una furtiva mirada a la alta estatura de Jordán, mudo desde hacía una hora. Él, por su parte, la amaba profundamente, sin darlo a conocer.
Durante tres meses -se habían casado en abril- vivieron una dicha especial.
Sin duda hubiera ella deseado menos severidad en ese rígido cielo de amor, más expansiva e incauta ternura; pero el impasible semblante de su marido la contenía siempre.
La casa en que vivían influía un poco en sus estremecimientos. La blancura del patio silencioso -frisos, columnas y estatuas de mármol- producía una otoñal impresión de palacio encantado. Dentro, el brillo glacial del estuco, sin el más leve rasguño en las altas paredes, afirmaba aquella sensación de desapacible frío. Al cruzar de una pieza a otra, los pasos hallaban eco en toda la casa, como si un largo abandono hubiera sensibilizado su resonancia.
En ese extraño nido de amor, Alicia pasó todo el otoño. No obstante, había concluido por echar un velo sobre sus antiguos sueños, y aún vivía dormida en la casa hostil, sin querer pensar en nada hasta que llegaba su marido.
No es raro que adelgazara. Tuvo un ligero ataque de influenza que se arrastró insidiosamente días y días; Alicia no se reponía nunca. Al fin una tarde pudo salir al jardín apoyada en el brazo de él. Miraba indiferente a uno y otro lado. De pronto Jordán, con honda ternura, le pasó la mano por la cabeza, y Alicia rompió en seguida en sollozos, echándole los brazos al cuello. Lloró largamente todo su espanto callado, redoblando el llanto a la menor tentativa de caricia. Luego los sollozos fueron retardándose, y aún quedó largo rato escondida en su cuello, sin moverse ni decir una palabra.
Fue ese el último día que Alicia estuvo levantada. Al día siguiente amaneció desvanecida. El médico de Jordán la examinó con suma atención, ordenándole calma y descanso absolutos.
-No sé -le dijo a Jordán en la puerta de calle, con la voz todavía baja-. Tiene una gran debilidad que no me explico, y sin vómitos, nada... Si mañana se despierta como hoy, llámeme enseguida.
Al otro día Alicia seguía peor. Hubo consulta. Constatóse una anemia de marcha agudísima, completamente inexplicable. Alicia no tuvo más desmayos, pero se iba visiblemente a la muerte. Todo el día el dormitorio estaba con las luces prendidas y en pleno silencio. Pasábanse horas sin oír el menor ruido. Alicia dormitaba. Jordán vivía casi en la sala, también con toda la luz encendida. Paseábase sin cesar de un extremo a otro, con incansable obstinación. La alfombra ahogaba sus pasos. A ratos entraba en el dormitorio y proseguía su mudo vaivén a lo largo de la cama, mirando a su mujer cada vez que caminaba en su dirección.
Pronto Alicia comenzó a tener alucinaciones, confusas y flotantes al principio, y que descendieron luego a ras del suelo. La joven, con los ojos desmesuradamente abiertos, no hacía sino mirar la alfombra a uno y otro lado del respaldo de la cama. Una noche se quedó de repente mirando fijamente. Al rato abrió la boca para gritar, y sus narices y labios se perlaron de sudor.
-¡Jordán! ¡Jordán! -clamó, rígida de espanto, sin dejar de mirar la alfombra.
Jordán corrió al dormitorio, y al verlo aparecer Alicia dio un alarido de horror.
-¡Soy yo, Alicia, soy yo!
Alicia lo miró con extravió, miró la alfombra, volvió a mirarlo, y después de largo rato de estupefacta confrontación, se serenó. Sonrió y tomó entre las suyas la mano de su marido, acariciándola temblando.
Entre sus alucinaciones más porfiadas, hubo un antropoide, apoyado en la alfombra sobre los dedos, que tenía fijos en ella los ojos.
Los médicos volvieron inútilmente. Había allí delante de ellos una vida que se acababa, desangrándose día a día, hora a hora, sin saber absolutamente cómo. En la última consulta Alicia yacía en estupor mientras ellos la pulsaban, pasándose de uno a otro la muñeca inerte. La observaron largo rato en silencio y siguieron al comedor.
-Pst... -se encogió de hombros desalentado su médico-. Es un caso serio... poco hay que hacer...
-¡Sólo eso me faltaba! -resopló Jordán. Y tamborileó bruscamente sobre la mesa.
Alicia fue extinguiéndose en su delirio de anemia, agravado de tarde, pero que remitía siempre en las primeras horas. Durante el día no avanzaba su enfermedad, pero cada mañana amanecía lívida, en síncope casi. Parecía que únicamente de noche se le fuera la vida en nuevas alas de sangre. Tenía siempre al despertar la sensación de estar desplomada en la cama con un millón de kilos encima. Desde el tercer día este hundimiento no la abandonó más. Apenas podía mover la cabeza. No quiso que le tocaran la cama, ni aún que le arreglaran el almohadón. Sus terrores crepusculares avanzaron en forma de monstruos que se arrastraban hasta la cama y trepaban dificultosamente por la colcha.
Perdió luego el conocimiento. Los dos días finales deliró sin cesar a media voz. Las luces continuaban fúnebremente encendidas en el dormitorio y la sala. En el silencio agónico de la casa, no se oía más que el delirio monótono que salía de la cama, y el rumor ahogado de los eternos pasos de Jordán.
Alicia murió, por fin. La sirvienta, que entró después a deshacer la cama, sola ya, miró un rato extrañada el almohadón.
-¡Señor! -llamó a Jordán en voz baja-. En el almohadón hay manchas que parecen de sangre.
Jordán se acercó rápidamente Y se dobló a su vez. Efectivamente, sobre la funda, a ambos lados del hueco que había dejado la cabeza de Alicia, se veían manchitas oscuras.
-Parecen picaduras -murmuró la sirvienta después de un rato de inmóvil observación.
-Levántelo a la luz -le dijo Jordán.
La sirvienta lo levantó, pero enseguida lo dejó caer, y se quedó mirando a aquél, lívida y temblando.  Sin saber por qué, Jordán sintió que los cabellos se le erizaban.
-¿Qué hay? -murmuró con la voz ronca.
-Pesa mucho  -articuló la sirvienta, sin dejar de temblar.
Jordán lo levantó; pesaba extraordinariamente. Salieron con él, y sobre la mesa del comedor Jordán cortó funda y envoltura de un tajo. Las plumas superiores volaron, y la sirvienta dio un grito de horror con toda la boca abierta, llevándose las manos crispadas a los bandos. Sobre el fondo, entre las plumas, moviendo lentamente las patas velludas, había un animal monstruoso, una bola viviente y viscosa. Estaba tan hinchado que apenas se le pronunciaba la boca.
Noche a noche, desde que Alicia había caído en cama, había aplicado sigilosamente su boca -su trompa, mejor dicho- a las sienes de aquélla, chupándole la sangre. La picadura era casi imperceptible. La remoción diaria del almohadón había impedido sin duda su desarrollo, pero desde que la joven no pudo moverse, la succión fue vertiginosa. En cinco días, en cinco noches, había vaciado a Alicia.
Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en ciertas condiciones proporciones enormes. La sangre humana parece serles particularmente favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de pluma.




HORACIO QUIROGA.



Comentario de texto: El almohadón de plumas.

El relato corto de El almohadón de plumas fue escrito por Horacio Quiroga, escritor uruguayo nacido en 1878, muerto en Argentina en 1937, a la edad de 58 años.
Quiroga era dramaturgo, cuentista y poeta,  llegó a ser el maestro del cuento latinoamericano. De prosa vívida, naturalista y modernista. Sus relatos breves  que a menudo retratan la naturaleza como enigma del ser humano bajo rasgos terribles y horrorosos, le valieron ser comparado con Edgar Allan Poe.
Su vida estuvo marcada por la tragedia, poniéndole fin a esta, bebiéndose un vaso de cianuro.
El género del texto es narrativo y su función es una mezcla entre enunciativa y poética. Enunciativa porque nos relata unos hechos sin pretender que nosotros tomemos parte de la historia. Poética porque utiliza un lenguaje sencillo pero a la vez culto, con expresiones trabajadas.
Un ejemplo de ello es: “sus terrores crepusculares avanzaron en forma de monstruos”.
El cuento de El almohadón de plumas tiene un tema muy claro y específico siendo este la extraña enfermedad de una mujer y la preocupación de su marido.
El relato se basa en una pareja de recién casados de muy distinta personalidad. Alicia, la mujer, era angelical y tímida y Jordán, el marido, era un hombre de carácter duro pero que amaba a su mujer profundamente. Al volver  de su luna de miel Alicia cae en una inexplicable enfermedad  debilitando velozmente. Su marido totalmente afligido ve desconcertado como el amor de su vida enfermaba sin que los médicos pudieran hacer nada.
Al final la mujer muere y se descubren unas manchas de sangre en el almohadón que esta usaba para apoyar su cabeza en la cama. Deciden cortar la funda y descubren   una bola viviente y viscosa que noche a noche había ido succionando la sangre de Alicia hasta su fin. Era el parásito de las aves que alimentado con sangre humana se desarrollaba enormemente.
Su estructura externa es de párrafos intercalados con diálogos.
La estructura interna de la narración es de planteamiento, nudo y desenlace. En el planteamiento se presenta a la pareja de recién casados que comienzan su vida matrimonial tras una extraña luna de miel. El nudo se extiende desde que la mujer cae enferma hasta que muere y el desenlace es el descubrimiento del parásito de las aves que fue el causante del fallecimiento.
El narrador del cuento es externo en tercera persona, mezclándose con diálogos de los propios personajes.
Los personajes de este texto son: Jordán, Alicia, el parásito, la sirvienta y el médico. Jordán es el personaje principal, protagonista y redondo ya que nos muestra como su s sentimientos van cambiando a medida que la enfermedad se desarrolla. Alicia es un personaje principal pero plano a nivel sicológico, son ella y su enfermedad los puntales de la acción. El parásito de las aves es un personaje  secundario, antagonista y plano que es el causante de la enfermedad y muerte de Alicia. La sirvienta es un personaje secundario y plano aunque al no cumplir con su trabajo (no movió los almohadones a diario) hizo que Alicia muriera sin posibilidad de recuperación. Por último aparece el médico como personaje fugaz.
En cuanto a los espacios de la casa, influyen inquietantes en el carácter de Alicia. El patio con altas columnas de frío mármol. Las habitaciones largas que hacían eco de cada paso, todo eso le daba la impresión de abandono y de sitio lúgubre, cosa que la llevaba a la depresión.
El tiempo se puede dividir entre la extraña luna de miel, los meses en que la pareja se encuentra bien y el corto tiempo que pasa desde que Alicia se enferma y muere. En cuanto al tiempo externo lo podemos situar a finales de los siglos  XIX y XX.  El relato  en cuanto al tiempo está hecho de una forma pesada. Con frases como: “Alicia pasó todo el otoño”,  “… echar un velo sobre sus antiguos sueños…”, “Pasábanse  horas sin oír el mínimo ruido”.
Este cuento es una narración que contiene algunos diálogos entre dos personas. Tiene también una gran descripción de espacios, los sentimientos cambiantes de Jordán y la enfermedad de Alicia.
En general las oraciones son cortas, simples y sencillas de entender. Las palabras que utiliza son comunes, incorporando esporádicamente alguna palabra culta.
El tiempo verbal que predomina en el texto es el pasado simple aunque hay momentos de la narración en presente del indicativo. Ejemplos de ello son: “Su luna de miel fue un largo escalofrío”, “es un caso serio… poco hay que hacer”.
En cuanto a las figuras estilísticas hay alguna metáfora como: “el brillo glacial del estuco…afirmaba aquella sensación de desapacible frio”.
En conclusión este cuento es un relato de terror con elementos propios de la tragedia romántica. Presenta partes muy morbosas respecto a la enfermedad de la mujer y su muerte.
Es un texto muy original que te mantiene con intriga hasta el último momento en el cual se desvela la existencia de un ser imaginario, asqueroso y mortal al que el autor disfraza con detalles descriptivos de la naturaleza científica.
Cuando terminas de leer el cuento te deja un mal sabor de boca y una terrible necesidad de revisar dentro de tus cojines cada noche.  


sábado, 16 de febrero de 2013

Ejercicio 2: Elabora un retrato literario




Freddie Mercury.
Esta fotografía es del difunto cantante, compositor, productor, pianista, guitarrista y arreglista  Farrokh Bomi Bulsara conocido mundialmente bajo el nombre de  Freddie Mercury. Este cantante nació en India, pero vivió la mayor parte de su vida en Gran Bretaña, dónde consiguió ser una figura muy relevante en su época, liderando la banda de rock Queen.
Freddie Mercury era un hombre de gran personalidad. Era un ser egocéntrico y extravagante. En esta foto se capta la esencia de su personalidad por medio de su mirada: directa y penetrante como si intentara colarse en nuestro interior.
La postura del cuerpo indica una posición desafiante casi como si fuera a atacar después de ser sorprendido por el fotógrafo. Tiene el rostro y los músculos en tensión. 
En la foto el fondo negro resalta su figura y el uso de la ropa de tonos claros hace que le refleje de lleno la luz que lo ilumina de frente y arriba.
A pesar de la mirada tan dura que transmite, la luz blanca que inunda toda su cara y cuerpo realza al personaje  transformándolo en un ángel de luz favoreciendo esa grandeza física con un fondo que parece de un negro infinito. Esta imagen sugiere una metáfora de la eterna lucha entre la luz y la oscuridad, entendiéndose que ha triunfado la luz con todo su brillo.
Aunque en la foto el personaje se muestra pulcro y ordenado, con cabello perfectamente cortado y peinado, su rostro con la barba rasurada, y su bigote totalmente delimitado, el brazalete en su bíceps derecho y el cinturón a juego le dan un toque de rebeldía.
En esta fotografía se intenta demostrar que con un vestuario muy simple y sin ornamentación ambiental se puede lograr, apostando a una mirada o a un gesto corporal, captar  la personalidad y seducción del personaje. 



Ejercicio 3: Descripción de un paisaje






El mar Aral.

En este maravilloso y mágico mundo hay infinidad de paisajes, desde el inmenso cielo hasta la fosa más profunda del océano. Todos estos paisajes nos cuentan al menos una historia y nosotros, a veces sin saberlo, percibimos esa historia y recibimos sentimientos variados.
Esta imagen del mar Aral, en particular nos transmite un sentimiento desolador, junto con inseguridad, soledad, la nostalgia de lo que un día fue y lo que jamás volverá a ser, tristeza y amargura.
La foto nos muestra que bajo un cielo tranquilo y casi cristalino el tiempo se ha detenido dejando paso al olvido.
Lo que un día brindaron estas tierras hoy desérticas y yermas fue un mar lleno de vida y esperanza para quienes vivían de él. Esa vida ya es un lejano recuerdo difícil de revivir.
En la imagen podemos observar cómo se extiende ese mar de polvo hasta el horizonte haciendo una perfecta composición con el cielo infinito.
Parece que nadie logró advertirle a ese pobre barco de la cercana sequía que lo haría prisionero el resto de sus días, convirtiéndolo poco a poco en un amasijo de hierros oxidados. 

Ejercicio 4: Descripción de un proceso




No cuesta nada, hágalo por favor.

El acto de cepillarse los dientes es hoy en día algo común, aunque a algunas personas habría que explicarles en qué consiste todo ese ritual.

Hay que entrar en el lavabo, encender la luz si es de noche y situarnos frente a la pica. Acto seguido cogemos el cepillo de dientes ya sea manual o eléctrico, abrimos la tapa de la pasta de dientes y apretamos el tubo casi siempre estrujándolo por el medio. Ponemos la cantidad necesaria de pasta en el cepillo, tapamos la pasta de dientes, abrimos el grifo y mojamos la punta del cepillo donde está la pasta.
A continuación introducimos el cepillo en la boca: cepillamos  enérgicamente las muelas, los caninos, las paletas, todos los dientes desde todos los ángulos. Acabamos limpiando la lengua y la encía, porque ahí es donde se acumulan más bacterias. Nos enjuagamos la boca con mucha agua porque si no luego la pasta pica en la lengua, enjuagamos el cepillo con abundante agua y luego lo secamos con una toalla para que no salgan hongos.


Cogemos el colutorio de menta, mentol o del gusto del consumidor, ponemos un buche del líquido en la boca y hacemos gárgaras. Después escupimos el líquido en la pica, tapamos la botella y cogemos el hilo  dental. Anudamos el fino hilo a cada dedo índice y lo pasamos entre los dientes, tiramos el hilo utilizado. Apagamos la luz y salimos del cuarto de baño.