domingo, 17 de febrero de 2013

Ejercicio 5: Comentario de texto







Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter duro de su marido heló sus soñadas niñerías de novia. Ella lo quería mucho, sin embargo, a veces con un ligero estremecimiento cuando volviendo de noche juntos por la calle, echaba una furtiva mirada a la alta estatura de Jordán, mudo desde hacía una hora. Él, por su parte, la amaba profundamente, sin darlo a conocer.
Durante tres meses -se habían casado en abril- vivieron una dicha especial.
Sin duda hubiera ella deseado menos severidad en ese rígido cielo de amor, más expansiva e incauta ternura; pero el impasible semblante de su marido la contenía siempre.
La casa en que vivían influía un poco en sus estremecimientos. La blancura del patio silencioso -frisos, columnas y estatuas de mármol- producía una otoñal impresión de palacio encantado. Dentro, el brillo glacial del estuco, sin el más leve rasguño en las altas paredes, afirmaba aquella sensación de desapacible frío. Al cruzar de una pieza a otra, los pasos hallaban eco en toda la casa, como si un largo abandono hubiera sensibilizado su resonancia.
En ese extraño nido de amor, Alicia pasó todo el otoño. No obstante, había concluido por echar un velo sobre sus antiguos sueños, y aún vivía dormida en la casa hostil, sin querer pensar en nada hasta que llegaba su marido.
No es raro que adelgazara. Tuvo un ligero ataque de influenza que se arrastró insidiosamente días y días; Alicia no se reponía nunca. Al fin una tarde pudo salir al jardín apoyada en el brazo de él. Miraba indiferente a uno y otro lado. De pronto Jordán, con honda ternura, le pasó la mano por la cabeza, y Alicia rompió en seguida en sollozos, echándole los brazos al cuello. Lloró largamente todo su espanto callado, redoblando el llanto a la menor tentativa de caricia. Luego los sollozos fueron retardándose, y aún quedó largo rato escondida en su cuello, sin moverse ni decir una palabra.
Fue ese el último día que Alicia estuvo levantada. Al día siguiente amaneció desvanecida. El médico de Jordán la examinó con suma atención, ordenándole calma y descanso absolutos.
-No sé -le dijo a Jordán en la puerta de calle, con la voz todavía baja-. Tiene una gran debilidad que no me explico, y sin vómitos, nada... Si mañana se despierta como hoy, llámeme enseguida.
Al otro día Alicia seguía peor. Hubo consulta. Constatóse una anemia de marcha agudísima, completamente inexplicable. Alicia no tuvo más desmayos, pero se iba visiblemente a la muerte. Todo el día el dormitorio estaba con las luces prendidas y en pleno silencio. Pasábanse horas sin oír el menor ruido. Alicia dormitaba. Jordán vivía casi en la sala, también con toda la luz encendida. Paseábase sin cesar de un extremo a otro, con incansable obstinación. La alfombra ahogaba sus pasos. A ratos entraba en el dormitorio y proseguía su mudo vaivén a lo largo de la cama, mirando a su mujer cada vez que caminaba en su dirección.
Pronto Alicia comenzó a tener alucinaciones, confusas y flotantes al principio, y que descendieron luego a ras del suelo. La joven, con los ojos desmesuradamente abiertos, no hacía sino mirar la alfombra a uno y otro lado del respaldo de la cama. Una noche se quedó de repente mirando fijamente. Al rato abrió la boca para gritar, y sus narices y labios se perlaron de sudor.
-¡Jordán! ¡Jordán! -clamó, rígida de espanto, sin dejar de mirar la alfombra.
Jordán corrió al dormitorio, y al verlo aparecer Alicia dio un alarido de horror.
-¡Soy yo, Alicia, soy yo!
Alicia lo miró con extravió, miró la alfombra, volvió a mirarlo, y después de largo rato de estupefacta confrontación, se serenó. Sonrió y tomó entre las suyas la mano de su marido, acariciándola temblando.
Entre sus alucinaciones más porfiadas, hubo un antropoide, apoyado en la alfombra sobre los dedos, que tenía fijos en ella los ojos.
Los médicos volvieron inútilmente. Había allí delante de ellos una vida que se acababa, desangrándose día a día, hora a hora, sin saber absolutamente cómo. En la última consulta Alicia yacía en estupor mientras ellos la pulsaban, pasándose de uno a otro la muñeca inerte. La observaron largo rato en silencio y siguieron al comedor.
-Pst... -se encogió de hombros desalentado su médico-. Es un caso serio... poco hay que hacer...
-¡Sólo eso me faltaba! -resopló Jordán. Y tamborileó bruscamente sobre la mesa.
Alicia fue extinguiéndose en su delirio de anemia, agravado de tarde, pero que remitía siempre en las primeras horas. Durante el día no avanzaba su enfermedad, pero cada mañana amanecía lívida, en síncope casi. Parecía que únicamente de noche se le fuera la vida en nuevas alas de sangre. Tenía siempre al despertar la sensación de estar desplomada en la cama con un millón de kilos encima. Desde el tercer día este hundimiento no la abandonó más. Apenas podía mover la cabeza. No quiso que le tocaran la cama, ni aún que le arreglaran el almohadón. Sus terrores crepusculares avanzaron en forma de monstruos que se arrastraban hasta la cama y trepaban dificultosamente por la colcha.
Perdió luego el conocimiento. Los dos días finales deliró sin cesar a media voz. Las luces continuaban fúnebremente encendidas en el dormitorio y la sala. En el silencio agónico de la casa, no se oía más que el delirio monótono que salía de la cama, y el rumor ahogado de los eternos pasos de Jordán.
Alicia murió, por fin. La sirvienta, que entró después a deshacer la cama, sola ya, miró un rato extrañada el almohadón.
-¡Señor! -llamó a Jordán en voz baja-. En el almohadón hay manchas que parecen de sangre.
Jordán se acercó rápidamente Y se dobló a su vez. Efectivamente, sobre la funda, a ambos lados del hueco que había dejado la cabeza de Alicia, se veían manchitas oscuras.
-Parecen picaduras -murmuró la sirvienta después de un rato de inmóvil observación.
-Levántelo a la luz -le dijo Jordán.
La sirvienta lo levantó, pero enseguida lo dejó caer, y se quedó mirando a aquél, lívida y temblando.  Sin saber por qué, Jordán sintió que los cabellos se le erizaban.
-¿Qué hay? -murmuró con la voz ronca.
-Pesa mucho  -articuló la sirvienta, sin dejar de temblar.
Jordán lo levantó; pesaba extraordinariamente. Salieron con él, y sobre la mesa del comedor Jordán cortó funda y envoltura de un tajo. Las plumas superiores volaron, y la sirvienta dio un grito de horror con toda la boca abierta, llevándose las manos crispadas a los bandos. Sobre el fondo, entre las plumas, moviendo lentamente las patas velludas, había un animal monstruoso, una bola viviente y viscosa. Estaba tan hinchado que apenas se le pronunciaba la boca.
Noche a noche, desde que Alicia había caído en cama, había aplicado sigilosamente su boca -su trompa, mejor dicho- a las sienes de aquélla, chupándole la sangre. La picadura era casi imperceptible. La remoción diaria del almohadón había impedido sin duda su desarrollo, pero desde que la joven no pudo moverse, la succión fue vertiginosa. En cinco días, en cinco noches, había vaciado a Alicia.
Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en ciertas condiciones proporciones enormes. La sangre humana parece serles particularmente favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de pluma.




HORACIO QUIROGA.



Comentario de texto: El almohadón de plumas.

El relato corto de El almohadón de plumas fue escrito por Horacio Quiroga, escritor uruguayo nacido en 1878, muerto en Argentina en 1937, a la edad de 58 años.
Quiroga era dramaturgo, cuentista y poeta,  llegó a ser el maestro del cuento latinoamericano. De prosa vívida, naturalista y modernista. Sus relatos breves  que a menudo retratan la naturaleza como enigma del ser humano bajo rasgos terribles y horrorosos, le valieron ser comparado con Edgar Allan Poe.
Su vida estuvo marcada por la tragedia, poniéndole fin a esta, bebiéndose un vaso de cianuro.
El género del texto es narrativo y su función es una mezcla entre enunciativa y poética. Enunciativa porque nos relata unos hechos sin pretender que nosotros tomemos parte de la historia. Poética porque utiliza un lenguaje sencillo pero a la vez culto, con expresiones trabajadas.
Un ejemplo de ello es: “sus terrores crepusculares avanzaron en forma de monstruos”.
El cuento de El almohadón de plumas tiene un tema muy claro y específico siendo este la extraña enfermedad de una mujer y la preocupación de su marido.
El relato se basa en una pareja de recién casados de muy distinta personalidad. Alicia, la mujer, era angelical y tímida y Jordán, el marido, era un hombre de carácter duro pero que amaba a su mujer profundamente. Al volver  de su luna de miel Alicia cae en una inexplicable enfermedad  debilitando velozmente. Su marido totalmente afligido ve desconcertado como el amor de su vida enfermaba sin que los médicos pudieran hacer nada.
Al final la mujer muere y se descubren unas manchas de sangre en el almohadón que esta usaba para apoyar su cabeza en la cama. Deciden cortar la funda y descubren   una bola viviente y viscosa que noche a noche había ido succionando la sangre de Alicia hasta su fin. Era el parásito de las aves que alimentado con sangre humana se desarrollaba enormemente.
Su estructura externa es de párrafos intercalados con diálogos.
La estructura interna de la narración es de planteamiento, nudo y desenlace. En el planteamiento se presenta a la pareja de recién casados que comienzan su vida matrimonial tras una extraña luna de miel. El nudo se extiende desde que la mujer cae enferma hasta que muere y el desenlace es el descubrimiento del parásito de las aves que fue el causante del fallecimiento.
El narrador del cuento es externo en tercera persona, mezclándose con diálogos de los propios personajes.
Los personajes de este texto son: Jordán, Alicia, el parásito, la sirvienta y el médico. Jordán es el personaje principal, protagonista y redondo ya que nos muestra como su s sentimientos van cambiando a medida que la enfermedad se desarrolla. Alicia es un personaje principal pero plano a nivel sicológico, son ella y su enfermedad los puntales de la acción. El parásito de las aves es un personaje  secundario, antagonista y plano que es el causante de la enfermedad y muerte de Alicia. La sirvienta es un personaje secundario y plano aunque al no cumplir con su trabajo (no movió los almohadones a diario) hizo que Alicia muriera sin posibilidad de recuperación. Por último aparece el médico como personaje fugaz.
En cuanto a los espacios de la casa, influyen inquietantes en el carácter de Alicia. El patio con altas columnas de frío mármol. Las habitaciones largas que hacían eco de cada paso, todo eso le daba la impresión de abandono y de sitio lúgubre, cosa que la llevaba a la depresión.
El tiempo se puede dividir entre la extraña luna de miel, los meses en que la pareja se encuentra bien y el corto tiempo que pasa desde que Alicia se enferma y muere. En cuanto al tiempo externo lo podemos situar a finales de los siglos  XIX y XX.  El relato  en cuanto al tiempo está hecho de una forma pesada. Con frases como: “Alicia pasó todo el otoño”,  “… echar un velo sobre sus antiguos sueños…”, “Pasábanse  horas sin oír el mínimo ruido”.
Este cuento es una narración que contiene algunos diálogos entre dos personas. Tiene también una gran descripción de espacios, los sentimientos cambiantes de Jordán y la enfermedad de Alicia.
En general las oraciones son cortas, simples y sencillas de entender. Las palabras que utiliza son comunes, incorporando esporádicamente alguna palabra culta.
El tiempo verbal que predomina en el texto es el pasado simple aunque hay momentos de la narración en presente del indicativo. Ejemplos de ello son: “Su luna de miel fue un largo escalofrío”, “es un caso serio… poco hay que hacer”.
En cuanto a las figuras estilísticas hay alguna metáfora como: “el brillo glacial del estuco…afirmaba aquella sensación de desapacible frio”.
En conclusión este cuento es un relato de terror con elementos propios de la tragedia romántica. Presenta partes muy morbosas respecto a la enfermedad de la mujer y su muerte.
Es un texto muy original que te mantiene con intriga hasta el último momento en el cual se desvela la existencia de un ser imaginario, asqueroso y mortal al que el autor disfraza con detalles descriptivos de la naturaleza científica.
Cuando terminas de leer el cuento te deja un mal sabor de boca y una terrible necesidad de revisar dentro de tus cojines cada noche.  


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